Los becarios de Kuitca por Rosana Schoijett. Retrato del artista

Por María Gainza

Este año cerró hasta nuevo aviso ese semillero y vidriera del arte argentino que fue durante años la Beca Kuitca. Casi como una despedida involuntaria, y a la vez como reflexión de la compleja trama de moda, exposición y negocio sobre el que se sostiene el arte hoy en día, una de las becarias se dedicó a retratar a todos y cada uno de sus compañeros. El resultado: un libro felizmente bautizado Temporada.

En la revista Harper’s Bazaar cada tanto aparece una producción de fotos que muestra a un puñado de artistas almorzando en un bistró del barrio neoyorquino de Chelsea. En su infinito encanto se parecen a una banda de modelos haciendo tiempo entre sesiones fotográficas. La revista i-D presenta una vez por año una selección de los nuevos talentos de la plástica: son, en su mayoría, mujeres enfundadas en vestidos de alta costura. Hará tres años, aparecieron en la Vogue británica la artista Tracey Emin y la modelo Kate Moss jugando en la cama de un hotel. En todos los casos eran jóvenes de entre veintipico y treintaipico con expresiones jactanciosas y actitudes cuidadosamente orquestadas que parecían indicar que se necesitaba algo más que toneladas de talento para triunfar en el mundo del arte. Es necesario también un muy buen look que acompañe a la obra.

Temporada, el flamante libro de edición limitada de fotografías de Rosana Schoijett, pareciera venir a hablar sobre los tiempos que corren, entre otras cosas, sobre qué supone ser artista hoy. Son 41 retratos fotográficos de los integrantes del Programa de Talleres para las Artes Visuales del Centro Cultural Ricardo Rojas 2003-2005, más conocido como la Beca Kuitca. En su confianza arrolladora, dan la impresión de ser el seleccionado de las artes visuales, la camada más promisoria de los últimos tiempos, la esperanza de renovación para el país. Lo que es cierto y no es poco. Lo raro es que si se los mira apresuradamente se puede pensar que son un casting de jóvenes modernos y desprogramados.

I
Schoijett, becaria ella misma, ha hecho un trabajo que puede leerse en capas. En un día cínico, podría pensarse que el libro es algo así como una presentación en sociedad del nuevo establishment del arte. Los retratos de los JBK (Jóvenes Beca Kuitca) podrían verse como la culminación de todo lo que instauraron los años ’90, período en que la profesionalización de la carrera del artista tomó envión y aceitó sus engranajes para que, si éstos iban a girar, por lo menos lo hicieran sin hacer mucho ruido.

Aunque posible, esta mirada estaría cargada de los mismos prejuicios que hacen que veamos la proliferación de bienales, ferias, becas y galerías como un epifenómeno circense que poco tiene que ver con la idea del artista. Entrado el siglo XXI, ese prurito tiene algo de cierto y algo de berrinche adolescente. Hoy en día el arte puede estar en cualquier lado: tanto en los márgenes como en el centro.

Lo que ocurre es que en Schoijett todo es más ambivalente de lo que parece: conociendo su trabajo anterior, uno sabe que ella no es de las que se deslizan por el fino hielo de la ironía. Aunque llena de humor, su obra está amparada por una inteligencia cándida que hace que todo lo que mire se vuelva infinitamente más complejo que lo que a primera vista aparece simplemente como una buena foto. Ni siquiera a comienzos de año, cuando presentó en el Malba su serie Kiosco: autorretratos junto a famosos tales como Silvina Luna, los chicos de Rebelde Way o Raúl Castells, había en ella malicia sino más bien aceptación de su propio cholulismo, gracia en baldes, y probablemente muchas preguntas sobre su propio trabajo como periodista en medios, sobre cómo se construye la fama y cómo se sostiene. En alguna medida, esas preocupaciones siguen sobrevolando en Temporada.

II
Parecía imposible encontrar a Schoijett hasta que alguien nos orientó: entonces supimos que la artista estaba lejos, trabajando en la isla de la revista Caras. En un e-mail posterior ella describió su destino como «una islita de la fantasía, llena de famosos, papagayos, ardillas y pavos reales» y desde un cibercafé precario perdido por los mares, Schoijett reflexionó sobre su libro: «Quería hablar del grupo con el que conviví estos últimos dos años, sobre lo placentero e intenso que era encontrarlos y sobre la belleza que percibía en ellos y quería condensar. En ninguno de los dos casos, ni en la serie de famosos ni ahora, hubo un punto de partida crítico o teórico, más bien era una necesidad incontenible de ver un poco dónde estaba metida. Fue una catarsis (más obvia en el caso de los famosos), y un acto de amor (más obvio en el de los compañeros)».

En Temporada hay algo de barra de amigos, de pandilla, un aire de camaradería rockera o de tribu urbana. En general, una forma de actuar y habitar el presente y además el vicio de abrevar en fuentes similares. Lo interesante es ver cómo funcionan juntos y, a la vez, por separado. No es el dulce montón de una foto de egresados sino un registro personal, donde la vestimenta y la forma en que las obras actúan de telón de fondo hablan del cuarto propio que cada uno de los artistas habitó física y mentalmente en ese internado que es la Beca Kuitca. El mismo título del libro alude no sólo al tiempo que pasaron juntos sino también a lo que es moda, pasajero y efímero. Temporada parece capturar el último año del resto de sus vidas.

III
Hay que ser de su época, decía Daumier en una de las escasas declaraciones fidedignas que se le conocen. Era el grito de guerra del realismo: la insistencia en no repetir lo ya hecho, en no aprobar lo que ya ha conseguido aprobación. Para Schoijett, que es de su época aunque no se lo proponga, eso significa que ya no hay dioses, ni ídolos, ni héroes: los JBK son fans de ellos mismos. Lo que no significa que se crean seres impolutos y nobles, sino todo lo contrario. Schoijett los retrata como hombres y mujeres caminando por el pantanoso suelo del arte, en posturas frontales, de cuerpo entero, bañados en una luz dura y con gestos neutros. Parecen no saber qué hacer con las manos, como los sospechosos ante una ronda de reconocimiento. Se saben talentosos pero su futuro es aún incierto. Es una visión esperanzadora pero antirromántica del asunto. Lo que es claro es que no son los sentimentales años ’80. Cuando esta ola pegue contra la orilla, ellos sabrán cómo amortiguar el golpe.

Cuando en el 2001 la cara de Kuitca apareció en el afiche que promocionaba su muestra en el Malba, muchos se preguntaron si ese gesto no era el colmo de la megalomanía. Kuitca, quien seguramente vio esa amenaza antes que nadie, debe haber aceptado el afiche por una razón básica. Una razón warholiana: aparecer para desaparecer. Si uno está a la vista, puede llevar su vida por detrás. Desde el afiche Kuitca mostró cuán volátil puede llegar a ser la construcción de la persona creada por los medios, cuán flaca como papel de calcar. En la misma línea, Temporada, las fotografías del nuevo semillero de las artes plásticas, es un registro sensible e intuitivo del que se desprenden ideas a cada hojeada.

Suplemento cultural Radar del diario Página/12. 28 de Noviembre 2005. Artículo en línea.